Lo que antes era un saber ancestral transmitido de generación en generación, hoy se revitaliza con técnicas de recolección, conservación y procesamiento que permiten a las familias del Chaco ofrecer al público productos únicos, con identidad propia y respetuosos con el ambiente. La diversidad de opciones sorprende: harina de algarrobo, café de mistol, mermeladas de frutas nativas, dulces de cactus, ají molido e incluso miel de abejas nativas sin aguijón.
El algarrobo, quizá el árbol más emblemático de la región, es un claro ejemplo del potencial desaprovechado. Según estimaciones de ingenieros forestales, el Chaco paraguayo tiene capacidad para producir 2.500.000 kilos de vainas de algarrobo al año. Sin embargo, apenas entre 3.000 y 4.000 kilos son procesados para consumo humano en forma de harina, un producto que ya se comercializa en ferias y puntos de venta especializados. La harina de algarrobo, rica en fibras y proteínas, se utiliza en repostería y panificación, y se considera una alternativa saludable frente a la harina refinada.
Otro fruto en ascenso es el mistol, una pequeña drupa que, además de consumirse en mermeladas, da origen a una bebida que se ha vuelto típica en comunidades de Pozo Hondo: el café de mistol. Sin cafeína y con un sabor tostado característico, se prepara a partir del secado y molienda del fruto, ofreciendo una alternativa natural y sostenible frente al café importado. “Es un sucedáneo que históricamente ya utilizaban las comunidades locales y que hoy empieza a despertar interés en mercados urbanos”, explicó Adeline Friesen en conversación con InfoNegocios.
La lista continúa con el ají del monte, especie endémica de la región, altamente apreciada por su intensidad y sabor particular. Aunque su consumo es creciente, también representa un desafío, ya que las prácticas de cosecha tradicionales implican cortar la planta entera, lo que podría afectar su sostenibilidad. Por ello, se están impulsando proyectos para su cultivo controlado, garantizando tanto la conservación de la especie como su disponibilidad comercial a futuro.
Los dulces y mermeladas de cactus, molle negro y otras frutas silvestres también se suman a esta paleta de sabores. Cada uno de estos productos rescata la tradición de consumir lo que ofrece el bosque chaqueño, al mismo tiempo que se abre espacio en ferias gastronómicas y tiendas especializadas de Asunción. Incluso turistas que visitan la región suelen llevar harina de algarrobo, ají o miel como recuerdos auténticos del Chaco.
Además de los alimentos, las comunidades integran a su oferta artesanías y productos derivados del caraguatá, una planta utilizada en la confección de tejidos tradicionales. Al igual que ocurre con el ají, su recolección demanda un manejo sostenible, razón por la cual también se explora la posibilidad de cultivarlo para no depender únicamente de la extracción silvestre.
La clave de todo este movimiento está en que la recolección de frutos no es una práctica destructiva del bosque. Al aprovechar únicamente las frutas sin talar árboles, se conserva el ecosistema y se fortalece la economía local. El algarrobo, por ejemplo, encaja perfectamente en los sistemas silvopastoriles, donde convive con la ganadería y contribuye a prácticas más sostenibles.
Aunque todavía el volumen de producción es reducido, los pasos dados en los últimos años abren la puerta a un mercado en crecimiento. Lo que comenzó como una forma de consumo interno en comunidades indígenas hoy se perfila como una alternativa de alimentos naturales con potencial de llegar a restaurantes, supermercados y exportaciones.
El Chaco paraguayo, históricamente visto como un territorio hostil y de difícil desarrollo, empieza a mostrar otra cara: la de un reservorio de sabores únicos que, con el acompañamiento adecuado, podrían convertirse en embajadores de la gastronomía nacional. Harina de algarrobo, café de mistol, dulces de cactus y ají chaqueño no solo cuentan una historia de raíces profundas, sino que también ofrecen oportunidades concretas de desarrollo económico sustentable.
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