Lo que empezó como un ensayo de diversificación se convirtió en un modelo de negocio rentable. “Con este tipo de tomate hay mercado todo el año, y si se cuida la calidad, el precio acompaña”, comentó Amarilla al momento de revisar los racimos cargados de frutos rojos, brillantes y uniformes que pronto llegarán a los supermercados y ferias.
El tomate cherry representa una versión más sofisticada del tomate tradicional: más dulce, resistente y con mejor presentación. Pero, sobre todo, ofrece mayor valor por kilo, lo que seduce a productores que buscan estabilidad y mejores márgenes.
A diferencia de las grandes explotaciones mecanizadas, Amarilla trabaja en una finca familiar en la compañía Valle Po'i, donde cada metro cuenta. Gracias a la asistencia técnica que recibe, implementó sistemas de riego por goteo, control de plagas y manejo escalonado de siembras. Todo esto le permite mantener la producción durante casi todo el año, reduciendo los periodos de inactividad que tanto golpean al pequeño agricultor.
“Antes plantábamos cuando el clima acompañaba; ahora aprendimos que la clave está en planificar y usar bien la tecnología”, explicó.
La fórmula: conocimiento + técnica + mercado
La historia de Amarilla se enmarca dentro del plan de producción continua de tomate que el Ministerio de Agricultura y Ganadería impulsa. La meta: dejar atrás la lógica de “temporada alta” y pasar a un esquema de producción permanente.
El proyecto no se limita a repartir semillas: incluye capacitaciones, asistencia en campo y el suministro de híbridos con mayor resistencia y productividad. En Central, donde los costos logísticos son menores por la cercanía a Asunción, la fórmula empieza a dar resultados.
La ventaja del cherry es clara: menor desperdicio, buena presentación y un público dispuesto a pagar más por calidad. “El restaurante o el supermercado valora el producto parejo y sin defectos; eso cambia todo”, contó Amarilla, que ya analiza ampliar su superficie para la próxima campaña.
En el país, la producción de tomate suele enfrentar un problema cíclico: exceso en algunos meses y escasez en otros. Esa variación genera precios volátiles y una fuerte dependencia de importaciones. Pero con la siembra escalonada y el uso de tecnología, los técnicos aseguran que el autoabastecimiento podría ser una realidad sostenible.
En ese contexto, Villeta y otras zonas del departamento Central se perfilan como polos estratégicos para la horticultura moderna. Su ubicación cercana al mercado consumidor permite reducir tiempos de traslado, costos de combustible y pérdidas poscosecha.
Más allá del fruto, lo que se está gestando en estos cultivos es un cambio cultural: los pequeños productores comienzan a pensar como empresarios. “Hoy sabemos que hay que planificar, invertir y cuidar el producto como una marca”, afirmó Amarilla.
Y los números acompañan esa visión. Con una producción bien manejada, el tomate cherry puede duplicar o incluso triplicar la rentabilidad de otras hortalizas. Sumado al asesoramiento técnico, se abre una puerta real para la agricultura familiar de alto valor.
Una nueva era para la horticultura local
El caso de Amarilla es apenas una muestra del camino que empieza a recorrer el sector. La combinación de conocimiento, innovación y acompañamiento técnico está ayudando a que los productores locales ganen competitividad y vean el campo como una empresa en expansión.
Porque más allá de las cifras y los programas, lo que se cosecha en Valle Poʼí es una nueva mentalidad: la de producir con estrategia, agregar valor y mirar al futuro con optimismo. Y si todo sigue como hasta ahora, ese futuro tiene sabor a tomate cherry.
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