“En Anna Ortiz Arquitectura aplicamos este enfoque tanto en viviendas como en oficinas, porque los espacios donde vivimos y trabajamos determinan nuestra calidad de vida”, señaló. Según comentó, su diferencial radica en integrar ciencia, diseño y sensibilidad humana en cada proyecto.
Ortiz sostuvo que el interiorismo cumple un rol central dentro de la arquitectura, ya que representa la dimensión más humana de la disciplina. Mientras la arquitectura plantea la estructura, el interiorismo transforma los ambientes en lugares pensados para la experiencia diaria de las personas. “Un espacio bien diseñado no solo se habita: se siente, se vive y deja huella en quienes lo transitan”, afirmó.
La especialista enfatizó que los espacios influyen en las emociones y la productividad. Mencionó que una oficina con poca luz natural y mobiliario inadecuado genera estrés y desmotivación, mientras que un entorno laboral bien iluminado, con muebles ergonómicos y áreas de descanso adecuadas potencia la creatividad y la motivación. “Lo mismo ocurre en los hogares: los colores, la ventilación y la vegetación determinan si un ambiente transmite calma o ansiedad”, remarcó.
Desde su estudio, Ortiz impulsó la idea de que un espacio puede convertirse en un motor de inspiración. “La arquitectura saludable parte de la premisa de diseñar lugares que acompañen a las personas. Nuestro enfoque busca que cada proyecto genere vitalidad y no se convierta en un límite para quienes lo habitan”, agregó.
En Paraguay crece el interés en lo que son los espacios conscientes y saludables. Ortiz comentó que cada vez más empresas entienden el diseño como una herramienta estratégica para mejorar el rendimiento de sus equipos y fortalecer la identidad corporativa. “En Asunción noto una búsqueda de entornos que integren naturaleza y confort. Esto confirma que el diseño sensible hoy es una necesidad, no un lujo”, explicó.
También destacó el cambio de perspectiva en el ámbito residencial. Cada vez más familias buscan hogares que transmitan calma, con luz natural abundante y vegetación integrada. “Los espacios que habitamos son una extensión de nuestra salud y calidad de vida”, sostuvo, marcando una clara tendencia hacia viviendas que funcionen como refugios frente al ritmo acelerado de la ciudad.
Al describir su forma de trabajar, Ortiz señaló que siempre inicia con un proceso de escucha y observación. Se reúne con el cliente, estudia su estilo de vida y analiza factores como la orientación y la entrada de luz natural. A partir de allí define una paleta de colores y texturas, y plantea circulaciones fluidas que inviten al encuentro. “La neuroarquitectura no es una capa final, es la base de un proceso creativo profundamente humano”, resaltó.
En esa línea, compartió un ejemplo emblemático: el diseño de una cafetería, donde transformó una antigua vivienda en un espacio comercial contemporáneo. Incorporó luz natural, una paleta cálida, vegetación y áreas de interacción. “El resultado fue un ambiente que transmite calma y hospitalidad. Los clientes destacan lo agradable que se siente estar allí, lo que demuestra que el diseño puede generar conexión y fidelidad”, relató.
Ortiz afirmó que este tipo de proyectos refuerza su convicción de que el diseño consciente no solo embellece, sino que mejora la vida cotidiana. Para ella, cada material, textura o recorrido en un espacio tiene un impacto en cómo las personas se relacionan entre sí y con el entorno.
Con una mirada hacia el futuro, la arquitecta subrayó que la neuroarquitectura y el interiorismo seguirán ganando protagonismo en Paraguay. “Estamos ante un cambio de paradigma: dejamos de ver la arquitectura como un mero contenedor para entenderla como un motor de bienestar. Y en ese camino, la ciencia y el diseño se encuentran para crear espacios que realmente transformen vidas”, concluyó.
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