La imagen no remite a humanoides de laboratorio ni a robots de feria, sino a brazos mecánicos que sueldan, ensamblan, pintan o manipulan piezas en cadenas de montaje de autos, celulares, electrodomésticos o baterías. Robots que trabajan 24/7 y que ya forman parte del pulso fabril cotidiano en ciudades como Shenzhen, Guangzhou o Shanghái.
Este liderazgo no llegó por casualidad. Desde 2017, China instala cada año entre 145.000 y 295.000 robots industriales. La pandemia apenas frenó esa tendencia. Pero el verdadero punto de inflexión fue otro: dejó de ser solo compradora para convertirse también en fabricante de robots. En 2024, por primera vez, más de la mitad de los equipos instalados (57%) fueron de origen chino. Japón sigue dominando el mercado global como proveedor (38% del suministro mundial), pero en su propio territorio, China ya abastece mayormente con producción local.
Detrás de ese salto hay una estrategia pública de largo plazo. El plan “Made in China 2025”, lanzado hace casi una década, apuntó a reducir la dependencia de importaciones en sectores clave. En 2021, el gobierno fue más allá con un programa específico para multiplicar el uso de robots industriales. Financiamiento a tasas bajas, compras de tecnología en el extranjero, alianzas con universidades y un fuerte respaldo estatal convirtieron a la automatización en política de Estado.
La inteligencia artificial es otro pilar. En muchas plantas ya no solo se automatizan movimientos, sino decisiones: sistemas que monitorean máquinas en tiempo real, predicen fallas, calibran procesos o controlan calidad sin intervención humana. Ese despliegue, masivo y coordinado, multiplica el impacto.
Pero incluso la máquina más avanzada necesita personas. China dispone de una gran base de técnicos especializados —programadores, ingenieros industriales, electricistas— capaces de instalar y mantener robots. Sin embargo, la demanda supera a la oferta y los salarios de estos profesionales ya rondan los US$ 60.000 anuales, reflejando un cuello de botella común a todas las potencias.
Hay límites y desafíos. Aunque China fábrica uno de cada tres robots del mundo, sigue dependiendo de Japón, Alemania y Corea del Sur para componentes críticos como sensores de alta precisión o semiconductores avanzados. Esa dependencia vuelve más difícil construir robots de gama alta o humanoides listos para producción, aunque startups como Unitree ya pisan fuerte en ese terreno experimental.
Aun así, el peso de China ya reconfigura las reglas del juego. Al instalar y producir más robots que nadie, consigue economías de escala que abaratan los costos de automatización a nivel mundial, presiona precios, impone estándares técnicos y desplaza la cadena de suministro hacia Asia. En otras palabras, aunque no controle toda la tecnología, controla el ritmo.
El verdadero interrogante no es si China seguirá liderando en volumen —todo indica que sí—, sino cómo responderán el resto de los países a un modelo que combina política industrial, capital, tecnología y ambición. El mapa de la robótica industrial ya no se entiende sin China en el centro. Y el próximo capítulo podría escribirse con humanoides.

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