“Más que un acto puntual, el agradecimiento es un estado que se puede practicar durante todo el año”, explicó. Según la especialista, incorporar la gratitud en la vida cotidiana permite ampliar la mirada, salir de la queja constante y conectar con la vida tal como es, sin negar lo difícil ni romantizar el dolor. “Agradecer no significa invalidar lo que sentimos. Hay momentos que incomodan o duelen, y está bien sentirlos. Lo importante está en qué hacemos luego con eso que vivimos”, sostuvo.
En esa línea, Etheridge propone resignificar la idea tradicional de "cerrar ciclos". Para ella, las experiencias no desaparecen al finalizar una etapa, más bien se integran. “No necesariamente cerramos ciclos; aprendemos a relacionarnos de otra manera con lo vivido. Lo que pasó se transforma en experiencia, en sabiduría, en límites más claros o en mayor sensibilidad”, señaló. Desde esa perspectiva, la gratitud se convierte en una herramienta para mirar la vida de frente, incluso cuando incomoda, y reconocer la valentía propia para atravesar momentos complejos.

La psicóloga remarcó que agradecer tanto lo agradable como lo desagradable es una de las prácticas emocionales más profundas. “Es una frecuencia muy alta del amor, porque no es fácil agradecer lo que dolió. Pero cuando lo hacemos, podemos reconocer los recursos internos que emergieron, las personas que acompañaron y las oportunidades que surgieron a partir de la adversidad”, afirmó. Una pérdida laboral, por ejemplo, puede abrir caminos impensados; una etapa difícil puede fortalecer la autoestima o clarificar prioridades.
Este enfoque también impacta directamente en los vínculos. Etheridge dijo que una mirada agradecida favorece relaciones más sanas, basadas en la madurez emocional y no en la carencia. “Vincularnos desde lugares más conscientes implica respetar tiempos propios y ajenos, saber poner límites sin culpa, amar sin perdernos y no exigirle al otro que nos salve”. En ese marco, cita al biólogo Humberto Maturana: “Amar es dejar surgir al otro”, aceptar su humanidad y construir relaciones desde el respeto mutuo.
La especialista observó además un cambio generacional significativo. Las nuevas generaciones muestran mayor apertura para hablar de emociones, buscar autenticidad y priorizar el bienestar por sobre mandatos tradicionales. “Hoy los jóvenes expresan con más claridad lo que quieren y lo que no. Se van de espacios que no los representan y buscan coherencia con sus valores”, destacó. Este cambio también se refleja en ámbitos educativos, corporativos y sociales, donde conceptos como gestión emocional, habilidades blandas y responsabilidad afectiva ganan protagonismo.
Como práctica concreta para incorporar la gratitud en el día a día, Etheridge recomienda pequeños hábitos accesibles. Entre ellos, evitar tomar el celular inmediatamente al despertar y dedicar unos minutos a registrar cómo se siente el cuerpo. Agradecer actos cotidianos como una comida, una ducha caliente, una conversación, el simple gesto de que alguien pregunte “¿cómo estás?” ayuda a que el agradecimiento deje de ser excepcional y se vuelva un hábito. “La gratitud se cultiva en lo cotidiano, no solo en los grandes gestos”, resumió.
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