Me gusta usar metáforas y analogías para explicar procesos psicológicos. Y cuando se trata de una variable tan compleja como la confianza, ¿qué mejor que una fábula tradicional para hacerla más cercana? La historia de los tres cerditos puede ayudarnos a entender varias cosas importantes sobre cómo funciona la confianza en el deporte:
Primero, que no alcanza con tener "una casa". Si está hecha de paja —frases vacías como “confía en vos”—, cualquier soplido la derrumba.
Segundo, que la estructura importa. La madera puede dar forma, pero sin base sólida, la confianza se tambalea ante el primer obstáculo.
Y tercero, que lo que realmente sostiene la confianza es cómo la construimos: con experiencia, vínculos, interpretación y herramientas que la hagan resistente al viento.
A veces, cuando escucho a un deportista decir "no confío en mí", siento que está viviendo en una casa de paja. Frágil, vulnerable, como si un soplido lo pudiera tirar abajo. La confianza, como esas casas, también se construye. Y cómo lo hagas marca la diferencia entre resistir o derrumbarte cuando llega el viento. Vamos a volver a los cerditos más adelante…
La confianza es una palabra instaladísima en el deporte. Se habla de ella tanto en las derrotas como en las victorias, en las declaraciones y ruedas de prensa. Escuchamos con frecuencia frases como “confía en vos” o “tenés que tener más confianza”. Pero pocas veces esta orden viene con instrucciones de cómo hacerlo. ¿Será que nos detenemos poco a pensar qué significa realmente confiar?
Hace un tiempo escribí sobre la relación entre fe y confianza, una idea que surgió al observar cómo los deportistas, en muchas ocasiones, se lanzan a competir aferrados más a una esperanza interna que a una certeza objetiva. Hoy quiero volver a mirar la confianza, pero desde otro ángulo: encarar este artículo sobre esta variable tan popular como una construcción activa. Me gusta usar en consultas la metáfora de que la confianza se construye ladrillo a ladrillo.
La idea de que la confianza aparece de un día para otro, o que la tenés o no, son creencias tan frágiles como una pared mal construida. “¡Confía en vos!” no hace automáticamente que lo hagas, por más que muchos entrenadores y padres así lo deseen. No se impone con palabras: se construye. Como una pared, se levanta poco a poco, con esfuerzo, dedicación y estrategia. A veces se tambalea, otras se refuerza. En este artículo quiero invitarte a mirar la confianza como un proceso activo, donde cada deportista —con el acompañamiento adecuado— es protagonista de su propia construcción. Y para mí, darle esa responsabilidad es clave a la hora de interpretar lo que le sucede y cómo lo está usando para construir su pared.
Paso 1: ¿La base está?
Como sus ayudantes en esta construcción, los psicólogos, antes de colocar un solo ladrillo, necesitamos analizar en qué suelo se está construyendo. Y ese suelo está hecho de creencias personales: la percepción de uno mismo, la expectativa de éxito, el locus de control. La teoría de la autoeficacia de Bandura nos recuerda que, si no creemos que podemos, es difícil siquiera intentarlo.
También está la familia, ese primer entorno donde se moldea la percepción de competencia y valor. Cómo acompañaron los padres el desarrollo deportivo, los mensajes que se reciben sobre el éxito, el esfuerzo y el error, sientan las bases del terreno. Sumemos el contexto cultural y social, que muchas veces impone narrativas rígidas sobre ganar, perder, merecer. Todo eso forma el terreno donde intentamos construir.
Paso 2: Eligiendo ladrillos
Sobre esa base empiezan a colocarse los primeros ladrillos. No tienen que ser grandes logros. A veces, un buen entrenamiento, una decisión acertada en juego, una mirada de reconocimiento, son suficientes. Esas pequeñas experiencias generan una retroalimentación positiva y alimentan la autoeficacia.
A medida que se avanza, se suman ladrillos más estructurales: el hábito, la preparación, la constancia. La repetición, la superación de dificultades, el esfuerzo sostenido... Todo eso va levantando la pared con ladrillos cada vez más firmes. Zimmerman, desde la teoría de la autorregulación, propone que planificar, ejecutar y revisar el entrenamiento (ladrillos de buena calidad) refuerza la percepción de control. Y con control, viene la confianza.
Paso 3: La mezcla que sostiene los ladrillos
Una pared no se sostiene solo con ladrillos. Necesita cemento. Ese cemento está hecho del entorno interpersonal y del diálogo interno. Las personas significativas —entrenadores, compañeros, referentes— aportan su material. El entrenador que da feedback constructivo, el equipo que valida los esfuerzos, el referente que inspira.
Desde la teoría de la autodeterminación, sabemos que el apoyo a la autonomía, la competencia y la relación son fundamentales para que ese cemento se adhiera bien. También es clave lo que el deportista se dice a sí mismo. La teoría atribucional de Weiner nos muestra que quienes explican sus éxitos por causas internas y controlables ("entrené bien") y sus fracasos como oportunidades de aprendizaje, desarrollan una confianza más estable. La calidad del pensamiento es como la calidad de la mano de obra: podés tener buenos materiales, pero si no sabés cómo usarlos, la estructura se debilita.
Nuevamente aparece la importancia de desarrollar la habilidad y el papel activo del constructor.
Paso 4: Mantenimiento
Una vez que la pared está levantada, hay que mantenerla. La estructura necesita refuerzos: visualización, establecimiento de metas, mindfulness, autorregistro emocional... Son herramientas que consolidan lo construido, que ayudan a sostener la pared incluso cuando hay viento fuerte.
Porque sí, también puede pasar que algo la derribe. Un árbol, una tormenta, un choque inesperado... A veces la estructura se viene abajo. Lesiones, fracasos, conflictos traen consigo la sensación de volver a empezar de cero. Pero tengamos presente que las estrategias de afrontamiento permiten revisar la base, rescatar ladrillos que siguen firmes y volver a construir. Con más conciencia. Con más experiencia. Con más recursos. Una pared que se derrumba necesita trabajo en equipo.
No es el lobo, es la estructura
Un comentario que recibo mucho en consulta —pero no deja por eso de sorprenderme— es la frase: “no confío en mí”.
“¿Qué querés decir con eso exactamente?”, empiezo siempre con esa pregunta y continúo pasándole un balde y una pala: ¿no confiás en vos o en algo que estás haciendo? ¿No confiás en tu velocidad, en tu fuerza, en cómo respondés ante el error?
Cuando nos ponemos la etiqueta de “no tengo confianza” sin discriminar en qué parte del juego o de uno mismo se aloja esa sensación, corremos el riesgo de generalizar y quedarnos inmovilizados, indefensos.
Volvamos a los cerditos... El primero, que construye su casa de paja, representa al que se dice “no confío en mí” y se queda con esa etiqueta: liviana, sin estructura, vulnerable a cualquier soplido. El segundo usa madera. Tiene algo más armado, pero sigue sin bases sólidas. Solo el tercer cerdito, el que construye con ladrillos, logra que su casa resista al lobo. Esa casa no es invencible, pero tiene coherencia, planificación y, sobre todo, trabajo.
La confianza funciona igual. No es una cualidad que “tenés o no tenés”, ni un todo o nada. Es una construcción. Y muchas veces, es circunstancial. Podés tener una pared fuerte en tu juego técnico y otra más débil en tu manejo del error. Lo importante es no generalizar. Cuando nos ponemos la etiqueta de “no tengo confianza”, tiramos abajo hasta los ladrillos que ya están bien puestos. Cuanto más específico seas para entender qué parte de tu casa necesita refuerzo, más posibilidades tenés de hacer que esa estructura se sostenga.
Una pared no se levanta de un día para el otro. La confianza, tampoco. Requiere mirar el terreno, elegir los materiales, sostener el esfuerzo y aprender de cada tropiezo. Y aunque a veces se caiga una parte, siempre se puede volver a construir. No estás obligado a confiar ciegamente ni a tenerlo todo resuelto.
Creo que nuestro trabajo al acompañar también es el de enseñar a construir, con intención, con estrategia y con paciencia.
Ladrillo a ladrillo, armando una versión de la persona que pueda sostenerse incluso en los vientos más fuertes.
Te dejo estas tres preguntas para que sigas construyendo:
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¿Cuál de los tres cerditos estás siendo hoy?
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¿Quién es tu lobo, o cuáles son esos “soplidos” que más fácilmente podrían derrumbar tu casa?
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¿Qué ladrillos ya tenés —o podrías empezar a poner— para hacerla más resistente?
Que el lobo sople tranquilo… vos seguí poniendo ladrillos.
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