Ese comentario me resonó durante días. Me di cuenta de que gran parte del temor o la incomodidad que sentimos al hablar en público no viene de lo que dice la audiencia, sino de lo que imaginamos al mirarlos. No importa si estamos en un congreso frente a cientos de personas o en una sala frente a unos pocos, la sensación de ser observados y/o juzgados sigue siendo la misma.
La frase de Luis resume perfectamente uno de los mayores miedos al hablar en público: enfrentar la atención (y tal vez el juicio) de quienes nos escuchan.
Ahora bien, ¿realmente nos están evaluando? ¿O simplemente nos están escuchando? Quizás la respuesta no está en el público, sino en cómo nosotros interpretamos esas miradas. Este temor no siempre tiene que ver con ellos, sino con nosotros, en cómo desciframos esas miradas y qué valor le damos.
Para conectar debes conocer a tu audiencia
La solución comienza por cambiar el enfoque. En lugar de preguntarnos si nos están juzgando, deberíamos preguntarnos: ¿quiénes son las personas que tengo enfrente? ¿Qué necesitan? ¿Qué problemas enfrentan? ¿Cómo puedo ayudarles o aportarles algo de valor? Cuando hacemos este ejercicio, el escenario (o el momento de la presentación) deja de ser un espacio de evaluación y se convierte en una oportunidad para compartir algo útil.
Siempre tenemos algo para ofrecer, pero el desafío está en encontrar qué entregar y cómo adaptarlo a las personas que nos escuchan. Esto requiere entender quién está frente a nosotros. Sin importar si es un grupo de jefes, colegas, colaboradores, alumnos o extraños, siempre hay algo que podemos aportar: información, tranquilidad, claridad, soluciones, conocimiento o inspiración. Esa es nuestra tarea como oradores.
Por ejemplo, si tenemos que hacer una presentación frente a nuestros jefes, podríamos enfocarnos en transmitir seguridad, demostrar que conocemos nuestro trabajo y que cumplimos con lo esperado. Si hablamos a colaboradores, nuestro objetivo puede ser alinear objetivos, inspirar con nuestro liderazgo o resolver inquietudes.
Cada audiencia tiene necesidades específicas, y entenderlas es el primer paso para conectar.
El equilibrio en la relación orador-audiencia
¿Dónde está el mayor peso? Hablar en público no debería sentirse como una guerra donde la audiencia tiene todo el poder y nosotros somos los vulnerables. La relación ideal entre el orador y audiencia debe ser como una balanza equilibrada: ambos tienen el mismo peso. Esa es la mentalidad que necesitamos adoptar.
Mantener esa balanza requiere humildad y confianza a la vez. Humildad para reconocer que no somos más importantes que nuestra audiencia, pero también la seguridad de saber que lo que tenemos para decir tiene valor. No se trata de impresionar, sino de conectar desde la autenticidad y el conocimiento.
La pregunta no debería ser si me están evaluando o juzgando. La verdadera cuestión es: ¿qué peso le doy yo a esas miradas? Si les atribuimos demasiado poder, nos achicamos y perdemos el control. Por el contrario, si recordamos que estamos ahí por una razón, porque tenemos algo que aportar, podemos recuperar la confianza y compensar esa sensación de desequilibrio.
Entonces, ¿cómo convencernos a nosotros mismos de que tenemos algo importante para entregar?
Cambiando el Foco
Enfoquémonos en el valor que podemos ofrecer, en el impacto que pueden tener nuestras palabras, en cómo nuestro conocimiento puede hacerles mejor la vida a los otros.
La audiencia no está ahí para juzgarnos, sino para escucharnos, aprender o reflexionar.
Por eso, la próxima vez que sientas el peso de las miradas, te pido que pienses en esto: No se trata de quién tiene más poder, sino de quién tiene más que ofrecer.
Tu opinión enriquece este artículo: