“Antes tenía apenas 70 plantas de locote, ahora llegué a 400”, contó para InfoNegocios Lourdes Juan de Mena, orgullosa de ver cómo su parcela se multiplicó gracias a la instalación del sistema de riego y al acompañamiento técnico del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG). Según relata, los equipos distribuidos —cintas de goteo, tanques de mil litros, caños y cobertura para el suelo— le permitieron ahorrar esfuerzo y al mismo tiempo obtener hortalizas más grandes y resistentes.
La historia de Lourdes no es aislada. En total, 22 familias de la comunidad recibieron estos kits de innovación hortícola a través del Proyecto de Inserción a los Mercados Agrarios (PIMA). Cada una de ellas encontró en estas herramientas una forma de mejorar su producción y asegurar que los tomates, locotes, zanahorias, remolachas y lechugas lleguen en mejores condiciones a ferias, almacenes y minimercados locales.
Zulme Barriento, otra de las integrantes del comité, recuerda que en marzo de este año instalaron por primera vez la cinta de goteo en sus cultivos. Su huerta de 25 por 10 metros comenzó a dar mejores resultados. “Con la lluvia a veces perdíamos mucho, pero ahora la verdura se mantiene más pareja”, explicó. Sus productos —cebolla, lechuga, rabanito y otras verduras de estación— se venden casa por casa o en las ferias de la zona.
El cambio también se nota en el día a día. “Es menos trabajo y más producción”, resumió Lourdes en contacto con nuestra redacción. Antes, regar con manguera demandaba horas bajo el sol; hoy, el sistema de goteo distribuye el agua directamente en las raíces, reduciendo el esfuerzo físico y aprovechando mejor cada gota. La malla media sombra, por su parte, protege los cultivos del calor excesivo y evita que las plantas se marchiten rápidamente.
Para Rossana Villalba, que lleva más de cinco años dedicándose a la horticultura, la diferencia es clara. “Yo lo hago todo de manera orgánica, sin químicos, y con estas técnicas se nota demasiado la mejora. La lechuga, por ejemplo, ya no se despoja tan rápido”, nos contó. Su parcela de un cuarto de hectárea produce tomates, cebollas, locotes y remolachas, y gran parte de esa producción se comercializa en ferias de Cristo Romero y Carayao.
La organización comunitaria también juega un rol clave. Aunque algunas productoras venden de manera individual, la mayoría lo hace a través de la comisión, que designa a dos responsables para salir a las ferias con los productos de todas. Esta estrategia permite asegurar presencia en los mercados, incluso cuando algunas mujeres no pueden salir de la comunidad.
El acompañamiento técnico fue otro factor fundamental para que la innovación funcione. Según relatan, los especialistas del MAG no solo entregaron los equipos, sino que también capacitaron a las familias en su instalación y mantenimiento. Las visitas de seguimiento son periódicas: cada quince días o cada mes, el técnico pasa por las huertas para resolver dudas y garantizar que el sistema se utilice correctamente.
Si bien todavía no llegan a grandes supermercados, las productoras coinciden en que el primer paso ya está dado: asegurar un volumen estable, de mejor calidad y con menor costo de producción. “Antes producíamos poco y muchas veces perdíamos por falta de recursos. Ahora podemos mantener más plantas y vender más”, señala Lourdes.
El caso del Comité San Felipe muestra cómo la introducción de tecnologías climáticamente inteligentes puede marcar una diferencia tangible en la vida de pequeños productores. Para estas mujeres, se trata no solo de cultivar verduras, sino de sembrar oportunidades económicas y asegurar el futuro de sus familias con prácticas sostenibles.
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