“Queremos dejar atrás la agricultura de subsistencia y avanzar hacia una agricultura que genere ingresos, que haga negocios y que sea sostenible en el tiempo”, afirmó Giménez. Según detalló, ese giro se apoyó en una planificación más estricta, mayor control técnico y una redefinición del rol del Estado, que busca acompañar sin perpetuar la dependencia.
Uno de los resultados más concretos fue el incremento del 26% en la productividad de la agricultura familiar durante 2025. Este segmento, que involucra a más de 250.000 familias en todo el país, es considerado clave no solo desde el punto de vista productivo, sino también social. “Una agricultura familiar fuerte genera paz en el campo, ingresos estables y menos conflictividad”, subrayó el ministro.
El ordenamiento de la producción hortícola fue uno de los ejes más visibles de esta estrategia. El caso del tomate se convirtió en un ejemplo emblemático: de precios que superaban los G. 25.000 por kilo en años anteriores, se pasó a un escenario de mayor estabilidad, con valores que oscilaron entre G. 4.000 y G. 8.000 durante gran parte del año. “Importamos tomate solo un mes; los otros 11 meses fueron cubiertos con producción nacional”, destacó Giménez. El desafío, admitió, es que esa estabilidad no termine afectando al productor cuando los precios caen demasiado en períodos de sobreoferta.
La clave, según el titular del MAG, está en la planificación y en la adopción de tecnología. Por primera vez, Paraguay logró producir tomate durante los meses de verano, cubriendo la demanda incluso al inicio del año lectivo y del programa de alimentación escolar. “Ver a productores vendiendo su cosecha en finca a buen precio, con ingresos reales, fue una gran satisfacción”, relató.
Más allá de la horticultura, el ministro destacó el avance de rubros no tradicionales que fortalecen la diversificación productiva. Paraguay se consolidó como el mayor productor mundial de chía y continúa expandiendo su producción de arroz y cereales, con una clara orientación exportadora. “Somos un país con mercado interno reducido; tenemos que pensar siempre en exportar”, señaló Giménez, al remarcar que la agricultura familiar también debe integrarse a ese circuito.
El sector cárnico, motor histórico del agro, también formó parte del balance. Giménez reconoció que la fuerte vocación exportadora —con cerca del 70% de la producción destinada al exterior— generó presiones sobre el precio interno. “Tenemos que trabajar en un circuito que agregue valor a la carne para consumo local, sin afectar la competitividad externa”, afirmó, mencionando la necesidad de fortalecer mataderos municipales y garantizar estándares sanitarios homogéneos.
En términos macroeconómicos, el agro cerró 2025 con un crecimiento del 5,1% y continúa aportando cerca del 70% de los ingresos por exportaciones del país. Para el ministro, ese peso obliga a repensar el modelo: “No podemos tener un sector que crece y otro que queda rezagado. La agricultura familiar tiene que ser parte del desarrollo”.
De cara a 2026, el MAG apunta a profundizar el cambio. Entre las prioridades figuran el acceso al crédito de largo plazo con años de gracia, la formalización de productores, la adopción de tecnología, el manejo de poscosecha y el almacenamiento para extender la oferta durante todo el año. “No queremos ser un ministerio asistencialista. Queremos productores autónomos, formales y competitivos”, enfatizó Giménez.
“El proceso es gradual, pero ya hay resultados”, concluyó el ministro. Para el MAG, el giro del asistencialismo al negocio no solo redefine la política agraria, sino que sienta las bases para un campo más productivo, equitativo y sostenible.
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