“El auge de la filigrana volvió con fuerza”, afirmó Aguilera. Aunque por muchos años fue más valorada por los extranjeros, hoy tanto turistas como paraguayos redescubren su encanto y encargan collares, aros y pulseras con esta delicada técnica. “Las bailarinas de todo el país, por ejemplo, mandan a hacer sus joyas de filigrana. Se volvió a poner de moda”, agregó.
Este repunte no solo impulsa las ventas internas, sino que fortalece la proyección internacional. Visitantes de países como Francia, Alemania, Brasil, México y Argentina compran piezas artesanales durante su paso por Paraguay. Incluso, desde la Asociación están en conversaciones con la Dirección Nacional de Correos del Paraguay (Dinacopa) y el Ministerio de Industria y Comercio para reducir los altos costos que hoy dificultan la exportación. “Los mayores consumidores en el exterior son España, Colombia y Estados Unidos, pero exportar sigue siendo muy caro”, lamentó.
Además del valor artesanal, la joyería nacional incorpora cada vez más tecnología. Aguilera destacó que los diamantes que se comercializan actualmente vienen con certificaciones y códigos seriales que pueden identificarse incluso con lupa. Esto brinda mayor seguridad al comprador y revaloriza las piezas. A esto se suma la creciente comercialización de los llamados diamantes de laboratorio o moissanites, una alternativa estética y más accesible al brillante natural. “El quilate de un moissanite ronda los US$ 100 a US$ 200, mientras que un diamante natural perfecto puede llegar hasta US$ 6.000”, detalló.
Aunque los eventos sociales como casamientos suelen marcar picos de demanda, Aguilera indicó que hay pedidos constantes durante todo el año, especialmente en brillantería. Las piedras preciosas se adquieren principalmente por encargos a proveedores internacionales, que las traen de Nueva York o Europa con los certificados correspondientes.
La cadena de valor de la joyería en Luque está bien organizada: la Asociación agrupa no solo a los comerciantes visibles en las vitrinas, sino también a los talleristas, quienes trabajan en locales alquilados y abastecen a las joyerías con sus diseños. Esta estructura permite mantener la producción activa y personalizada.
En paralelo a la Asociación, Aguilera también lidera la escuela-taller Itaju, que este año celebra su 10.º aniversario. “Tenemos convenio con el SNPP y enseñamos filigrana, alianzas, pulseras y otros estilos de joyería”, comentó. La formación técnica, según él, es crucial para preservar la tradición y profesionalizar el rubro.
En las calles céntricas de Luque, además de joyas clásicas, también se venden guampas y bombillas con detalles en plata y oro, dirigidas tanto al mercado local como al turismo. Muchas de estas piezas son hechas a pedido, y otras se retocan antes de salir a la venta, completando así el circuito de producción y comercialización.
El desafío principal para el sector hoy es abrir nuevos mercados internacionales. La Asociación trabaja activamente para facilitar procesos de exportación y reducir los aranceles que afectan la competitividad de los artesanos. “Estamos haciendo foros y buscando alianzas para poder exportar sin que nos maten con los impuestos”, expresó Aguilera.
Con una comunidad organizada, clientes locales fidelizados y creciente interés extranjero, la joyería paraguaya —especialmente la de Luque— brilla con luz propia. “Esto es arte, es cultura, y es también un negocio que puede crecer mucho más si se dan las condiciones”, concluyó Aguilera.
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