La mala noticia es que recién empezamos a tomar conciencia real de esta responsabilidad personal y colectiva; nos cuesta salir tanto del individualismo como del uso indiscriminado de los recursos, todavía en pos de una idea de desarrollo que ignora nuestros otros compromisos como comunidad.
La buena noticia es que ya vemos con más claridad que la ética no es simplemente cuestión de buena o mala actitud de las personas singularmente tomadas, sino que es también efecto de la creación de ámbitos propicios a la conducta ética. Aquí es exactamente donde entra en juego el extraordinario papel de las PYMES, las cuales se constituyen como un actor clave del entramado social, ya que son quienes generan la mayor parte de los puestos de trabajo.
Hace un poco más de treinta años que el concepto de responsabilidad social de las empresas - en sus distintas siglas: RSE (responsabilidad social de la empresa), CSC (corporate social citizenship), CSP (corporate social performance) y otras - empezó a invadir las vidrieras de los libros de marketing y a ser el tema casi obligado de charlas y conferencias para empresarios: eso fue realmente un despertar. Sin embargo, todavía faltaba un giro en el sentido de la responsabilidad social de las empresas. Se trataba de entender que la RSE no podía limitarse a ser el costo del permiso social a operar en un determinado lugar, o la compensación de los eventuales daños producidos en los recursos y en el hábitat a través de las operaciones. La RSE debía ser- según propusieron Kramer y Porter (2011)- el ámbito de la creación del valor compartido entre todas las fuerzas vivas de la sociedad. Esta propuesta, que ya tomó vuelo propio, ha cambiado el sentido de la responsabilidad social empresarial, que ya se ve como una instancia de cooperación para edificar una comunidad próspera y sustentable.
En este contexto, las PYMES, más allá de su tamaño y sector, se ven impulsadas a desarrollar estrategias para contribuir en la construcción de relaciones sólidas con sus grupos de interés, no sólo desde el ámbito económico, sino también el social y el medioambiental. Y por otra parte, al estar ubicadas dentro de la cadena de valor como proveedoras de grandes empresas, se ven cada vez más requeridas a responder a las necesidades y exigencias del mercado en cuanto al desarrollo de políticas y prácticas de RSE.
Por eso tienen un papel extraordinario si se toman en serio su poder sobre sus colaboradores: una PYME, bien llevada y consciente de su cometido social, junto con el económico, puede crear para las personas que trabajan en ella un espacio de crecimiento humano difícil de obtener en otras estructuras. Se puede decir que representa la instancia de educación para adultos que compensa y completa las etapas de la educación formal.
Además es, sin duda, un espacio muy aprovechable para el aprendizaje de la convivencia y de la aceptación de la diversidad, dado que el trabajo en común une a los diferentes talentos a la luz del buen resultado, y por eso, pese a lo difícil que es al comienzo armonizar estilos distintos, nos enseña a reconocer los aportes específicos de cada uno.
¿Cómo se manifiesta concretamente la decisión de una PYME a querer ser un aporte fundamental para el desarrollo sustentable de una comunidad? Generalmente a través de los valores consignados en la misión de la empresa, que son una síntesis de las buenas conductas que la organización promueve, y quiere promover, desde su interior hacia la sociedad.
Porque no hay ética en la empresa si no es a través de personas que actúen éticamente, y para eso es clave contar con un entorno que permita, promueva y reconozca las acciones inspiradas y realizadas a la luz de valores.
Cabe recordar aquí la imperiosa necesidad de que este compromiso hacia los valores empiece en el nivel directivo, de donde se irradia el mensaje al resto de la organización. Por ejemplo, “Integrity Project” que realiza Kimberly-Clark es un claro ejemplo de cómo capacitar a proveedores y clientes PYME en materia de ética y valores en la empresa.
Algunos valores promovidos desde la empresa impactan en el estilo de trabajo y en las personas. Tomemos como ejemplo el valor de la excelencia: lo que sugiere es que los colaboradores vean como posible y deseable su crecimiento, y esto redunda en beneficio tanto de cada uno de ellos como de toda la comunidad. Por otra parte, el compromiso ético y la responsabilidad marcan el modo en que las personas y las organizaciones quieren estar presentes en la comunidad: cuidando los derechos humanos, cuidando el medio ambiente, evitando ventajas indebidas. Finalmente, el que así actúa, puede ser que alguna vez se equivoque, pero cuando la transparencia es su estilo, permitirá y deseará ser auditado, para que desde afuera se indiquen los errores y las oportunidades de mejora.
Caminar juntos empresas, instituciones y personas es el recurso del que disponemos todos para fomentar un desarrollo no reñido con la integridad ética y el cuidado de la casa común, que -como dicen algunos- solo hemos tomado en préstamo de nuestros hijos y nietos, a quienes debemos entregarla en óptimas condiciones, y si es posible mejorada.
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