A partir de 2030, la economía debería orientarse forzosamente hacia la descarbonización, con la eliminación progresiva de los subsidios a los combustibles fósiles y la obligación para todas las naciones de presentar planes climáticos más ambiciosos. Esto crea un horizonte de certidumbre para la inversión en energías limpias, pero también supone costes de transición y riesgos de activos varados para los sectores intensivos en carbono, que deben adaptar urgentemente sus modelos de negocio.
Este nuevo entorno acelera la demanda de tecnologías verdes, eficiencia energética y soluciones de adaptación, generando oportunidades de mercado masivas para empresas innovadoras. El sector financiero se ve directamente impactado, con la implementación de un precio global al carbono y la obligatoriedad de revelar riesgos climáticos, reorientando así los flujos de capital. Las compañías que lideren la transición y integren la sostenibilidad en su estrategia core ganarán competitividad y acceso a financiación, mientras que aquellas que se rezaguen enfrentarán crecientes presiones regulatorias, de inversores y de consumidores.
Organizada bajo la presidencia brasileña, la COP30 se describe oficialmente como la gran plataforma global para que gobiernos, sociedad civil, sector privado y pueblos originarios avancen en la acción climática. En su página web se destaca que la conferencia alberga diversos ámbitos: la Zona Azul (negociaciones oficiales), la Zona Verde (público y sociedad civil) y espacios de innovación, donde se busca promover soluciones tecnológicas para agricultura, biodiversidad y reducción de emisiones.
Para Paraguay, país altamente dependiente de la producción agrícola y los recursos naturales, lo que se decida en Belém puede marcar una diferencia estratégica. En este sentido, el financiamiento climático es una palanca esencial: los esquemas propuestos permitirían acceder a recursos para infraestructura hídrica, sistemas de alerta, restauración de suelos o fortalecimiento de cadenas productivas vulnerables al clima. Por eso, la agenda oficial de la COP30, que habla de “movilización coordinada” y “acción innovadora”, adquiere relevancia nacional.
Además, el contenido oficial del evento resalta la integración de innovación digital como eje de la conferencia. A través del programa Desafíos de Innovación, se promueven startups que aplican inteligencia artificial para agricultura sostenible o conservación de la biodiversidad. Esto representa una puerta para Paraguay: modernizar su agro, incorporar tecnologías verdes y posicionarse en nuevos nichos productivos con valor agregado.
Pero no todo es positivo en la puesta en escena. La COP30 ha enfrentado incidentes que pueden afectar su credibilidad y el ritmo de las negociaciones. En la jornada del 20 de noviembre, un incendio obligó a evacuar la Zona Azul del recinto de negociaciones en Belém, área clave donde se desarrollan los encuentros oficiales. Aunque no se reportaron heridos, el hecho generó interrupciones e incertidumbre y pone de relieve riesgos logísticos que pueden repercutir en los resultados finales de la cumbre.
Para Paraguay, este tipo de contratiempos no es irrelevante: retrasos o distracciones en las negociaciones pueden dilatar acuerdos de financiamiento, certificar mecanismos de compensación o elevar los costos de acceso a mercados verdes. En otras palabras, la eficiencia de la COP30 —no solo sus conclusiones formales— tiene impacto real en cuánto podrán beneficiarse los países de la región.
En el plano de exigencias globales, la cumbre de Belém está presionando por acciones concretas en deforestación, trazabilidad de la producción agrícola, transición energética y adaptación climática. Esto significa para Paraguay que deberá acelerar la modernización de los sistemas de certificación, seguimiento y sostenibilidad de su agroindustria si quiere aprovechar las oportunidades de mercado que se abren. También implicará una mayor visibilidad internacional de su desempeño ambiental.
Por otro lado, la alineación con la matriz energética limpia del país —que ya es una fortaleza— puede jugar a favor de Paraguay. En Belém, la agenda de transición habla de movilizar tecnologías, recursos y alianzas para economías más verdes; allí, Paraguay puede proyectarse no solo como país exportador, sino también como proveedor de soluciones sostenibles.
En definitiva, la COP30 representa tanto un escenario de nuevas exigencias como un escaparate de oportunidades. Para Paraguay, se trata de entrar en la conversación global con voz propia, asegurar que sus prioridades —financiamiento, agro, energía e innovación— se consideren y construir ventajas competitivas que imaginen su crecimiento más allá de lo inmediato. Lo que pase en Belém puede reverberar en Asunción, en los campos, en las plantas industriales y en los mercados internacionales.
La ventana para la acción climática se estrecha y Paraguay tiene frente a sí un doble camino: cumplir exigencias o aprovechar oportunidades. En Belém se decide buena parte de ese futuro.
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