“El gran cambio no está en los productos, sino en el manejo”, afirmó Moriya. Lejos de los monocultivos, el enfoque actual promueve la mezcla de semillas de distintas especies –como nabo, avena, lupino, crotalaria y mijo– sembradas en conjunto, para crear una cobertura heterogénea que protege el suelo, regula su temperatura, conserva la humedad y mejora la disponibilidad de nutrientes.
Uno de los principales beneficios de estas coberturas es su capacidad de infiltrar agua de lluvia y conservarla en el suelo por más tiempo, lo cual resulta crucial en períodos de sequía prolongada como los que ha vivido el país en los últimos años. “Esa cobertura vegetal, al descomponerse, forma agregados que mejoran la estructura del suelo. Esto permite que la lluvia penetre en lugar de escurrirse, algo vital para resistir las olas de calor y asegurar cosechas”, explicó.
Además de su rol en la conservación del agua, las coberturas cumplen funciones sanitarias. Las mezclas equilibradas de especies dificultan la aparición de plagas y enfermedades, al evitar que un solo microorganismo domine el ecosistema. “Cada especie tiene mecanismos de defensa propios, y juntas crean un suelo más saludable”, detalló el experto.
En Paraguay, aproximadamente el 99% de la agricultura mecanizada destinada a granos como soja, trigo, maíz y girasol se realiza bajo este sistema de cobertura vegetal. Sin embargo, la gran deuda pendiente está en la agricultura familiar. Aunque fueron los primeros en implementar estas prácticas en los años 90, hoy enfrentan limitaciones como el acceso a maquinaria y la falta de capacitación técnica.
“Queremos que los pequeños productores también puedan acceder a tecnología ajustada a su realidad. Hoy hay tractores y sembradoras de tamaño adecuado, pero siguen siendo costosos. Por eso estamos trabajando con cooperación internacional –de Alemania, Japón y Corea– para implementar proyectos que faciliten esta transición”, señaló Moriya.
Una de las innovaciones más destacadas es el uso combinado de especies que antes solo se destinaban a la ganadería, como ciertas brachiarias o incluso girasol, sorgo y trigo sarraceno. Estas plantas, cuando se usan como “plantas de servicio” o abonos verdes, aportan múltiples beneficios sin necesidad de remover el suelo con arados, una práctica que ya se está dejando atrás.
El uso de la cal agrícola, por ejemplo, también se ha adaptado a este nuevo enfoque. Hoy se combina con cultivos como nabo y avena para generar un proceso de “encalado biológico”, que mejora la estructura y fertilidad del suelo sin necesidad de alterarlo mecánicamente.
“La sostenibilidad no es solo una meta, es un camino. Y en Paraguay tenemos condiciones muy favorables: clima templado, suelos fértiles y capacidad técnica. Lo que falta es ampliar el acceso y fortalecer la capacitación. Pero estamos avanzando”, resumió Moriya.
Con 40 años de experiencia en la materia, el ingeniero se muestra optimista: “Hoy, los productores que hacen bien las cosas están muy bien en el campo. Logran hasta ocho toneladas de maíz por hectárea, sin grandes superficies ni gastos excesivos. Es tecnología aplicada con inteligencia, y eso es lo que queremos masificar”.
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