Normalmente, las empresas dedican semanas a planificar presupuestos, evaluar riesgos financieros o diseñar productos. Pero dejan la comunicación en manos de la improvisación. Y cuando ocurre una crisis, un malentendido o una filtración, descubren (tarde) que lo que no se comunica bien, se interpreta mal, y eso tiene un alto costo.
No comunicar con claridad, consistencia y propósito te deja en desventaja. No solo frente a la competencia, sino también ante los propios clientes, colaboradores, accionistas, medios o comunidad en general. La comunicación no es solo una herramienta de marketing, es parte del sistema nervioso de la organización.
¿Qué implica una estrategia comunicacional sólida?
-
Diagnóstico y planificación: saber cómo nos perciben es tan importante como saber cuánto vendemos. Una estrategia parte del conocimiento del entorno y de los distintos actores con los que la organización interactúa.
-
Mensajes claros y alineados a la identidad de la empresa: no basta con tener “algo que decir”. Hay que saber cómo, a través de qué canales y con qué nivel de profundidad y cercanía hacerlo.
-
Protocolos de crisis y vocería preparada: en momentos de tensión, la improvisación no es una opción. Contar con voceros entrenados y protocolos claros puede marcar la diferencia entre contener una situación o agravarla.
-
Comunicación interna efectiva: no hay reputación externa si no hay coherencia interna. Los colaboradores deben ser los primeros en entender y compartir los objetivos institucionales.
-
Presencia digital con sentido: no se trata de estar en todas las plataformas. Hay que seleccionarlas en base al público objetivo, planificar contenido con mensajes relevantes, lenguaje apropiado y una frecuencia coherente.
-
Seguimiento y evaluación: como toda estrategia, la comunicación también debe medirse. Escuchar, interpretar y ajustar forman parte del proceso permanente de mejora.
El costo de no comunicar
La ausencia de comunicación clara puede tener consecuencias que van mucho más allá de una mala imagen. Puede afectar la relación con inversores, generar desconfianza en el equipo interno, debilitar la lealtad del cliente y hasta comprometer la continuidad de un negocio ante una crisis mal gestionada.
Muchas veces, la comunicación se activa solo cuando hay un problema. Pero las organizaciones que comunican solo en crisis son como personas que solo hablan cuando están enojadas. No construyen lazos y solo se defienden.
Comunicar no es solo emitir: es construir confianza. Y esta no se impone, se gana y se cuida.
La comunicación como inversión
Invertir en comunicación no es un gasto. Es blindar el valor de lo construido.
Del mismo modo que se contrata un auditor externo para garantizar transparencia contable, debería ser natural contar con asesoría profesional para garantizar una comunicación institucional alineada con los objetivos del negocio.
Una mala decisión comunicacional puede viralizarse en segundos. Y una buena estrategia puede multiplicar la confianza, el posicionamiento y hasta las ventas.
Cada palabra, cada gesto, cada silencio comunica. Por eso, el plan comunicacional debe ser parte de la agenda directiva.
Toda empresa u organización tiene una historia. Pero no todas saben contarla.
Y cuando eso pasa, se pierde conexión, se enfría la identidad, se debilita el vínculo.
Porque en un mundo donde todo comunica, no tener una estrategia es dejar que otros escriban el relato.
Tu opinión enriquece este artículo: