Eso le pasó a Marta. Durante tres años lideró proyectos complejos en su empresa. Era quien resolvía problemas cuando nadie más podía, la que se quedaba hasta tarde sin quejarse, la que siempre pensaba un paso más allá. Un día, tuvo la oportunidad de presentar un nuevo plan ante los directivos. Conocía cada detalle al milímetro. Pero al pararse frente a ellos, los nervios la invadieron. Le tembló la voz. Perdió la concentración. Empezó a hablar cada vez más rápido, buscando que la “tortura” terminara cuanto antes.
El contenido era brillante, pero nadie lo notó. Su forma de comunicarlo lo nubló. Al mes siguiente, el ascenso fue para otra persona.
Fernando Miralles, campeón de oratoria en España, dice: “No es el más talentoso el que llega más lejos, sino el que sabe comunicar mejor”.
Y creo que muchas veces todos somos Marta. Los nervios nos ganan, el malestar físico se impone a las ideas, la voz se quiebra y la seguridad se va al tacho.
Lo más paradójico es que hablar bien en público aumenta en un 95% las probabilidades de alcanzar lo que nos proponemos: dar una buena presentación, liderar un equipo, cerrar una venta, conseguir un ascenso o simplemente aprobar un examen oral. Noventa y cinco por ciento es casi todo.
Sin embargo, 8 de cada 10 personas sienten incomodidad, nervios o incluso temor al hablar frente a los demás. Y eso nos hace perder oportunidades, no generar el impacto que deseamos, paralizarnos, pasarla mal. No logramos sacar el mejor provecho de nuestro propio potencial.
Entonces, ¿cómo hacemos para que esto nos deje de pasar?
¿Cómo podemos tratar con esos síntomas que nos sabotean una y otra vez?
Te comparto tres ideas que pueden ayudarte:
1. Aceptar lo que nos pasa.
Cuando queremos negar el miedo, el monstruo crece. Es normal sentir presión en el pecho cuando nos exponemos. Eso no significa debilidad: significa que estamos vivos, que nos importa lo que hacemos. Y sí, que somos vulnerables. Al aceptar eso, abrimos la puerta a gestionarlo con herramientas como la respiración o la meditación. Si lo negamos, solo se intensifica.
2. Cambiar cómo vemos esa emoción.
El miedo no es negativo. Es simplemente una emoción. Tiene síntomas físicos muy parecidos al entusiasmo: transpiración, aceleración cardíaca, cosquilleo en el estómago. Y lo podemos transformar si conectamos con el propósito, haciéndonos las preguntas: ¿por qué estoy haciendo esto?, ¿qué quiero lograr con esto que digo? Esto nos ayuda a cambiar el foco.
3. Practicar.
Si llegamos al momento de hablar sin haber practicado, el cuerpo nos puede ganar. Pero si ya recorrimos el contenido en voz alta, incluso con nervios, vamos a empezar a fluir después de los primeros minutos. Practicar no es repetir de memoria: es ensayar cómo queremos decir lo que ya sabemos.
La diferencia entre una oportunidad aprovechada y una que se nos escapa muchas veces no está en lo que sabemos, sino en cómo lo mostramos.
No esperes a “no tener miedo” para hablar. Aprendé a hablar aun con miedo.
Hablar bien en público es una habilidad que se entrena, que se cultiva, y que puede transformar la forma en que vivís tu trabajo, tus relaciones y tus logros.
Si hoy te tiembla la voz, no te preocupes. Esto es solo el punto de partida.
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